De vuelta a Bélgica I

Hacía ya dos años desde la última vez que estuve en Bélgica. Fueron cinco días en los que no paramos de correr, ver monumentos y beber, mucha fiesta y diversión a raudales. Pero la verdad es que Bélgica me dejó la sensación de que era un país para tomárselo con mucha mas calma, relajarse y descansar. Y esa fue la premisa a la hora de organizar el viaje. Además intentaríamos no probar cervezas que se pudieran encontrar en España (no tiene mucho sentido y al Bélgica a beber Grimbergen, Leffe, Duvel...) y daríamos preferencia a las cervezas locales.

Partimos del aeropuerto de Charleroi con coche alquilado rumbo a la zona de West-Vlaanderen. De camino teníamos prevista una parada en Ellezelles, para ver (y beber) las cervezas de la Brasserie Ellezelloise. Probamos las riquísimas Hercule, Quintine y Blanche de Saisis en la propia cervecería y aunque quizás hubiéramos podido, ni siquiera preguntamos por una visita guiada. No era el momento, simplemente nos relajamos y disfrutamos de la primera cerveza en territorio belga en una buena mañana de domingo.

La siguiente parada en el camino fue en Esen para visitar De Dolle Brouwers. Allí nos recibió el simpático Kris para decirnos que la visita a la cervecería iba a estar guiada por su madre, una entrañable anciana de 93 años. No sabría por donde empezar si tuviera que contar la cantidad de anécdotas, bromas y sabiduría que acumulaba esa mujer. Nos dejo a todos boquiabiertos con su vitalidad, simpatía y amor por la cerveza. Nos contó la historia de la cervecería, nos explicó paso por paso el proceso de elaboración de la Oerbier, el porqué del uso del cobre, del lúpulo en flor o el "dry-hopping", las veces que los visitó Michael Jackson, el incendio que sufrieron hace un par de meses... y todo sin pedir nada a cambio. Difícil ver algo así en los tiempos que corren. Para mi De Dolle Brouwers queda marcado en el mapa de Bélgica como sitio de peregrinaje.

Después de dejar los bártulos en una pequeña granja cercana a Hondschoote (Francia) donde nos alojamos, nos dirigimos a la famosa abadía de Westvleteren para merendar con una Westvleteren 12 y seguir de camino a Poperinge. Para quien no lo conozca Poperinge es la capital del lúpulo belga, algo así como nuestro Carrizo de la Ribera. Una preciosa zona rural rodeada de campos de cebada y lúpulo a escasos kilómetros de la abadía de Westvleteren, fábricas como St. Bernardus, Van Eecke o Struise Brouwers y ciudades con tanta historia como Ieper o tanta paz como Watou.
Terminamos el día con Popering's Hommelbier, Popering's Nunebier, Rodenbach, Hapkin y alguna que otra más. Una buena entrada en Bélgica.

A la mañana siguiente nos dirigimos a Ieper (Ypres) y aprovechamos para ver el museo de la 1ª guerra mundial y pasear por sus calles. Nos llamó la atención la reconstrucción de los edificios tras la guerra, la cantidad de cementerios y el gran numero de casquillos de obús que había repartido por los establecimientos de la ciudad a modo de ornamentación. Curioso.

De ahí nos fuimos a la tranquila Watou a beber, como no, Kapittel y St. Bernardus, las cervezas locales. Paramos a tomar un aperitivo en 't Hommelhof, un restaurante dedicado a la alta cocina con lúpulo y cerveza y nos fuimos a tomar unos escargots (caracoles) y el tradicional potage du jour. El resto del día estuvo compuesto por varias St. Bernardus, Kapittel, Liefmans, Moeder Overtse, Chouffe, y alguna que otra lambic.